martes, 31 de marzo de 2009

Deeperblack puro rock formoseño

PURO ROCK FORMOSEÑO

Si te gusta el rock y quieres conocer algo de lo que producen un par de formoseños, pues no tienes más que seguirlos a través de Internet: http://www.youtube.com/watch?v=o1Yhjg5sa5w

o
http://www.acidplanet.com/artist.asp?songs=667104&T=1313

ESTA BANDA SIGUE CRECIENDO Y TAL VEZ NO LOS HAS ESCUCHADO AÚN... DATE LA OPORTUNIDAD Y DALE LA OPORTUNIDAD A ELLOS DE MOSTRARTE LO QUE HACEN EN ESAS TIERRAS DE LARGAS SIESTAS E INTERMINABLES TERERÉS.

Cuento: Torres y cúpula de una iglesia o...

Torres y cúpula de una iglesia o...


Eran como las ocho de la noche o de la tarde, cómo saberlo en forma exacta. El sol estaba perdiéndose vertiginosamente tras aquella lejana, siempre inalcanzable, línea horizontal, fin de nuestra visión, destino hacia donde llevamos nuestras efímeras vidas.

Había zonas oscuras en la superficie, y en el firmamento pequeñas nubes se intercalaban con alguna que otra estrella, viéndose cual si fueran lucecitas titilantes. Inmensos planetas y galaxias como si fueran intrascendentes destellos, sin importancia.

Venía yo caminando, mientras silbaba alguna melodía conocida, como medio de distracción y de hacer más cercano el punto de llegada, cuando son los pies los que conducen, siempre más lentos que el deseo de llegar.

Alcé la vista cerca del semáforo y vi a la mujer. Desde hace mucho conocida de tanta ida y vuelta, que cargaba sus ropas, viejas o nuevas, pero siempre apelotonadas dentro de un par de bolsas. Traía sobre los hombros, cubriéndole parte de la espalda, una improvisada capa, hecha de trozos de grandes bolsas de plástico, transparentes. En sus labios, además, acusaba ese esbozo de sonrisa que casi siempre luce, y que tal no es, pero parece, mas sólo desconcierta. Pues, cómo podría aquella mujer alegrarse, con la vida que le tocó vivir, con esa pesada carga

de ser hoy habitante de las calles cuando en el pasado fue una enfermera profesional.

Pero al elevar la vista vi no sólo a la mujer, sino también, algo tan conocido como ella: la cúpula de una iglesia que se yergue, llamativa, sobre el cerro, dominando gran parte de la ciudad. Y con quien se comunica a través de las lámparas de la avenida, que relumbran todas las noches.

Me llamó mucho la atención que en la cúpula fulguraran dos verticales ventanas rectangulares, lo cual seguramente era producto de que las luces, en su interior, estuviesen encendidas, pero... Así también, otra cosa extraña, además de la semiesfera propia de la cúpula, noté dos columnas paralelas, una a cada lado, lo cual –pensé rápidamente- serían las torres de los campanarios. Pero... desconcertado quedé al instante. Ante mis incrédulos ojos, la cúpula comenzó a moverse, y entonces, fregué mis párpados un par de veces: ¡no podía ser!... ¡Eso no era posible! No supe articular palabra; no pude avisar a nadie, y nadie sino yo, se dio cuenta. Nadie se dio por enterado de lo que sucedía. Todo el mundo corriendo, en sus autos; en el ómnibus, hora de salida del trabajo; otros, como yo, volvían a sus pequeños mundos de cuatro paredes o corrían a los negocios antes de que cerraran.

La cúpula, a esa altura, “innominada esfera”, continuó elevándose verticalmente, y al mismo tiempo, las dos columnas -las supuestas torres de los campanarios- se doblaron. Estaban, entonces, articuladas con la semiesfera y se colocaron en posición horizontal. El conjunto todo continuó ascendiendo.

Todo ocurría progresiva, rápidamente y yo sin poder dejar de observar. Estaba anonadado, estupefacto, sin lograr avisar a los otros, lo extraño, lo increíble, pero cierto hecho, que sucedía ante mí.

La cosa aquella, lo que antes semejaba torres y cúpula de una iglesia, con sus torres o lo que fuese, perpendicularmente desplegadas, cambió de dirección y sentido. Se desplazó horizontal y descendente, milisegundos después, ascendía vertiginosa y verticalmente. Se perdió en el espacio infinito, en un tiempo tan fugaz como la realidad misma de los acontecimientos cotidianos.

Pedro Buda

Cuento: La casa de al lado

La casa de al lado

Siempre que uno llega a cierto lugar desea, antes que nada, ponerse al tanto de lo que conforma el folklore, el acontecer de los pobladores. Uno pregunta, lee, observa lo que las formas arquitectónicas dicen. Así, uno comienza a recorrer las calles, en busca de datos que nos indiquen: quién vive en los alrededores; qué clase de gente permanece y quién la habitó anteriormente.
Poco a poco, se va conociendo al verdulero, al carnicero, a la mujer que tiene el puesto de flores y a la que regentea la agencia de apuestas de la zona.

El interés por saber donde estamos parados nos lleva a conversar con la gente más próxima, con la que más sabe de las cosas del barrio o del pueblo. Así nos topamos con el viejo almacenero. Es él quien nos cuenta sobre los antiguos moradores, sobre sus costumbres, cómo compraban, y cómo lo hacen hoy, los hijos y nietos. Claro, han aparecido los grandes supermercados, donde el hombre o la mujer van, sin bolsas -las antiguas chismosas desaparecieron- y sin dinero, compran con el plástico -que todo lo resuelve-, andan con apuro.

Con paciencia -mientras atiende a los otros clientes- nos cuenta este almacenero, sobre los antiguos dueños de viejas casas que sobreviven a los tiempos. Nos dice sobre el año que se construyó la otrora “casona”, hoy más o menos que en ruinas, convertida en pensión.

Así, día tras día, nos vamos enterando del desarrollo del barrio, de la vida que ha transcurrido sobre sus calles, dentro y detrás de casas y altos muros, actualmente tapizados por verde azulado musgo y verdes claros helechos.

Hay mucho que se sabe, sin haber visto nunca nada. Pero, por qué negar su existencia. Aunque hay cosas, que hasta a la vecina o vecino, más inmiscuido en los asuntos de todos, se le puede escapar. Así, el caso de cierta finca, que ahora contaré.

La casa, en realidad es enorme, la superficie del terreno es algo irregular. Pues, si uno ve el frente percibe sólo ocho metros de frente. Uno cree que es una “casa corredor”. Pero la verdad dista mucho de ser como pensamos. Como suele ocurrir, generalmente. Bien, el frente no dice nada, de que la casona posee un amplio terreno detrás; además, tiene otra entrada por la otra calle que corta la que creemos es la entrada principal.

La construcción es vieja, lo denota el tipo de muro -que posee revestimientos muy recargados- y tejas que hoy ya no se usan. Y las puertas como las ventanas son altas y angostas, contienen una gruesa capa de polvo y barro acumulados con los años. Un par de gruesas cadenas aseguran la no-entrada al lugar. No existe ningún cartel que esté en venta o que esté clausurada por algún motivo expreso, como suele verse en algunos otros sitios, que por disposición judicial lucen carteles aclaratorios.

La casualidad es, muchas veces, la encargada de que se produzcan importantes descubrimientos o hallazgos. Una pelota, de niños que jugaban en un jardín lindero, fue a dar al gran patio de la casa en cuestión. En entrar pensaron los niños. ¿Entrar?... se cuestionaron los padres. Pero la pelota era del niño amigo, el que vino a jugar y pasar la tarde; además, era de cuero y una número cinco, con los colores del equipo. Era necesario entrar, no cabía la menor duda.

Tras deliberar un rato, el padre de Andrés, el pelirrojo, se trepó hasta el borde superior del muro. Miró en derredor y no alcanzó a ver la pelota. Los niños quisieron acompañarlo, y así lo hicieron, segundos después. Los tres se internaron en el enorme patio.

El sol marcaba casi el final de la tarde, dejaba caer sus oblicuos rayos y aún acaloraba a los habitantes de las tranquilas calles. Dentro del patio, el silencio era total, casi sepulcral. Los tres caminaron con sigilo, con los ojos abiertos, de par en par. Abrieron sus sentidos a fin de percibir cuanto estaba ante ellos.

En el patio había restos de una vida normal, las cosas estaban en su sitio. Sillones, bancos y mesas, plantas, pero cubiertos de polvo y musgo. Daban la sensación de cosas envejecidas. Como quien deja todo en un apuro y se va. Olvidando que quedaron a la intemperie.

La primera sorpresa fue encontrar la argolla del perro y una mancha, como si los restos del mismo se hubiesen podrido en ese mismísimo sitio. Un plato, de latón, delante de la argolla yacía, era lo que oficiaba de maceta, de una silvestre vegetación, que eligió eso como su asiento.

La suposición de que el perro hubiese muerto allí, podría ser o no cierta, pero les pareció que así fue. En tantos años de estar afuera sus restos, pudieron haberse desvanecido -por completo- los elementos de su esqueleto.

Estos hallazgos y el no dar con la pelota de fútbol, acrecentó la innata curiosidad de los invasores. A esa altura de las circunstancias, algo indicaba que ese conjunto de cosas que veían ante sí, ese todo envejecido, nunca había sido visitado por nadie, antes de ese preciso momento.

Se impuso la duda al fin, proseguir en la búsqueda o retirarse inmediatamente. El tiempo transcurría certero, y la tarde mutaba a noche, lenta pero continuamente.

Como casi siempre, la curiosidad pudo más que la prudencia, entonces, los tres continuaron la búsqueda. A esta altura la investigación iba más allá de buscar la pelota, era ir tras algo inesperado. Tal vez, había algo más por descubrir.

El adulto se transformó, entonces, en el guía, y los dos niños lo siguieron. Ingresaron al interior de la casa. El mobiliario estaba completo. Había cristales y platos, vasos y cubiertos puestos sobre una mesa. Todo como quien tiende una mesa para almorzar o cenar. Al lado de la mesa, un mueble viejo de buena madera y antiguos cristales, se mantenía erguido. Conservaba lo mejor de sí y de su rico contenido de cristal y plata.

¿Cómo era posible que estuviera aquello así, sin nadie que lo tocase nunca? ¿Por qué los candados y por qué adentro el conjunto estaba como quien ha decidido irse… a ningún lado?

Los niños se tomaron las manos entre sí, y junto al hombre continuaron buscando... Buscando una respuesta, que tal vez no estuviese realmente allí.

Tras mirar el lugar nuevamente, pero desde el interior, notaron que había una abertura en el piso, al costado de la puerta que da al patio. Una tapa de madera, que estaba abierta, era lo que daba la impresión de que eso era la entrada a un sótano.

Un sótano -dijeron los niños. Tal vez la pelota cayó allí –dijo el padre. Había una llave de luz justo encima de la puerta. Por si acaso, el hombre movió la perilla. ¿Casualidad...? Una luz se encendió dentro. Surgió otra pregunta, inmediatamente... ¿cómo podía haber electricidad en aquél lugar abandonado? Tal vez, sólo tal vez -pensó el hombre- ocurrió uno de esos comunes casos de traspapelado. Aunque hoy sea todo computarizado, aún ocurren cosas raras, gracias a la acción del “ser inteligente”. Como dijo el añoso y experimentado Karl una vez: “Hombre es hombre”.

Ingresaron los tres. Primero Osvaldo, el padre de Andrés. Miró en derredor y luego de un largo minuto de silencio, llamó a los chiquilines.

Como un viento, corrieron escalera abajo, los niños. El aire estaba enrarecido. Una atmósfera un tanto lúgubre y misteriosa. De repente, la luz se apagó. Quedaron totalmente a oscuras. Osvaldo tomó la iniciativa y dijo: tranquilos, quédense donde están y dejen que sus ojos se adapten a la oscuridad. Mientras tanto él, tanteando la pared, llegó a la escalera y condujo a los niños hasta allí.

Una vez arriba, los tres permanecieron un tanto mudos e inexpresivos. La pelota de fútbol no pudo ser encontrada, aún. La lámpara, que extrañamente se había encendido, se apagó. La mesa preparada como para tomar un alimento estaba, increíblemente, en un estado impecable. Como si se hubiese preparado para tomar un alimento y a último momento desistieran los comensales, pues había platos para dos.

Fueron hacia el muro -que separa la propiedad de la casa de Andrés- y lo cruzaron. El acto de traspasar tenía en sí mismo cierta magia. Una cosa era estar de un lado y, otra distinta, del otro lado de la pared. Sólo al día siguiente, cuando volvieron en busca del balón y de ese algo más, totalmente inexplicable que los atraía, lograron entender. Toda esa noche corrió vertiginosamente. Osvaldo no pudo conciliar el sueño y tampoco su hijo Andrés. Algo los mantenía en estado de vigilia, pero no atinaban a ver ese presente de noche estrellada, sino que estuvieron abstraídos en explicar ese pasado que estaba allí, al lado, en la oscuridad.

Al día siguiente, cuando hubo amanecido y lograron desayunar, volvieron a cruzar el muro. Puede decirse que la búsqueda tuvo éxito. Quien busca al fin encuentra, la perseverancia lleva a la obtención de logros. Encontraron la pelota de fútbol. Pero hubo un hallazgo más importante aún. Tropezaron, insólitamente también, con los antiguos moradores y dueños de la casa de al lado. Ambos estaban en su casa, o mejor dicho, estaban sus restos en el sótano, en sendas cajas de prolija confección casera, hermética y segura. Quién lo diría...

Pedro Buda 98

jueves, 26 de marzo de 2009

Cuento - Comunicaciones

COMUNICACIONES

I

    El calor era agobiante aquella siesta, mucho más por estar tan cerca del pavimentado camino, que brillaba en la distancia como un espejo, como un lago con vida propia.
    Agua y más agua no mucho servía para refrescarse; y la penosa sombra de los arbustos poco protegía del furioso Ra.
    Una y otra vez realicé señales intentando que algún conductor parara y me llevase por ese lago en movimiento, a través de ese movedizo y ardiente rectilíneo destino espejado. Pero, corrí la misma suerte que otros tantos que, como yo, intentaban hacer “carona”. Que es como le dicen a ‘hacer dedo’, en la zona.
    Al fin de algunas horas, cuando el sol ya había hecho sus marcas en nuestras pieles, un camión detuvo su marcha justo frente a mí. Era el inicio de la travesía.
    Atrás quedaron la cantina –donde dormía un borracho la siesta-; la estación de servicio que hizo por horas la suerte de oasis donde vi reflejada mi esperanza de viajar, en cada auto, en cada vehículo grande o pequeño que allí llegaba o partía. Y, al mismo tiempo, la realidad de ver pasar los autos salidos de allí, en cuyo interior se veían las caras y gestos de los conductores que avisaban de la proximidad de su destino. Quedaba también, en ese pedazo de suelo, un tramo de rutina, de dulce monotonía –tradición de cada pueblo pequeño-, y me entregaba a otra, igual regularidad de camino y carteles indicadores, de campos y lagunas, pero no para mí, sino para el conductor y empresario del camino.
    El sol estaba cayendo, lento, frente a nuestros ojos, y en él fijé mi destino; pero de ahí en más, sucedería mucho andar antes de llegar.
    En la radio chillaba una voz que hacía bromas, era el conductor de otro camión que caminaba parejo con éste. Había pasado antes y levantó a otras personas –una familia- que estaban cerca de mí, en aquél oasis de letargo, donde las chicharras emitían una especie de letanía que adormecía los sentidos.
    -Atento viejo, atento viejo… Atento viejo, atento viejo.
    -Qué pasa Coco. Qué pasa Cocodrilo.
    -¿Levantaste a alguien viejo?
    -Positivo, positivo.
    -Ya estamos cargados, metele pata no más.
    -Estás apurao... dale vos, dale vos...
    Así continuaría, todo el viaje, la comunicación de camión a camión. Así, toda vez que el hastío o el simple aburrimiento de la conversación del acompañante lo requiriesen.
    Caída la noche llegamos a un punto obligado de detención. Un bar, donde tomar algún trago y pedir agua caliente para el mate del resto de la noche. Es el mejor punto de encuentro, donde contactarse con la gente que conoce a todos los que habitan el camino; a quienes hacen del andar diario sobre las rutas: “su vida”. Su vida incomparable y añorada cuando no están detrás del volante. La familia quedó en un paraje, algunos kilómetros antes de llegar al bar.
    El mismo dueño del bar, es un antiguo “hombre del asfalto” que ahora atiende a sus colegas. Nos contó sobre un accidente ocurrido hacía pocos minutos, quizás media hora, unos kilómetros más adelante, en nuestro camino. “Lo pasaron en el informativo” –asevera con el seño fruncido el dueño del bar. Tras lo cual hizo un extraño comentario del lugar donde ha ocurrido el accidente, con los detalles de quien ha pasado por el mismo, cientos de veces.
    Minutos después de haber llegado nosotros, escuchamos el rugir del motor del camión del viejo y el correspondiente chiflido de los frenos. Allí se presentó, segundos después, el rostro añoso y curtido del viejo, que en realidad no lo era tanto; pero que sus setenta años acusaba, producto del cansancio; del sol; de la calvicie que avanzaba desde las arrugas –bien definidas- de la frente hasta la casi mitad de la zona parietal. Bajo aquellas arrugas surgían dos oscuros y grandes ojos, de donde partía una mirada quieta, tranquila y escudriñadora.
    Saludó, apenas puso el primer pie dentro del recinto, por el apodo al dueño del lugar. A lo que siguió un fuerte apretón de manos. Dos manos gruesas, anchas y grandes. Las del cantinero parecían que iban a romper los vasitos –tan diminutos- para la caña, que apuraba a servir, como buen conocedor de las costumbres de aquellos hombres del camino.
    Con una sonrisa tranquila, amplia, se dirigió al patrón y amigo, y al otro chofer, el que había conducido el camión en el cual viajaba yo hasta el momento.
“Viejo –dijo el dueño de los camiones- ahora Baltasar irá contigo, para que te ayude a caminar más rápido... además, estaremos más cómodos, dos y dos.”
Sus palabras fueron acompañadas de una firme mirada, indicando -como el tono de su voz- seguridad y decisión. Una orden en tono sutil. Ante la cual no hubo protestas, sino comentarios pertinentes al estado de los camiones.
    Baltasar, tras tomar un segundo trago, fue a revisar las ruedas del camión del viejo, lo propio hizo el patrón con su vehículo. Cada cual es responsable de su camión como de su propia vida, pero todos cuidan de todos en el camino. Minutos después de chequear los camiones partimos nuevamente. Coco y yo tomamos la delantera, Baltasar y el viejo nos siguieron, algunas ruedas más atrás. La noche nos hizo compañía de ahí en más.
    El camino se llenó de luces, que iban o venían, ómnibus; camiones; autos pequeños. Vimos también una enorme cosechadora.

II

    Habremos andado unos 30 Kilómetros cuando unos carteles indicaron la proximidad de los lagos. Así que “Coco” avisó por el radio de la proximidad de los puentes, al viejo.
    Cuando tuvimos los puentes a la vista, un destello, una luminosidad intensa pobló la informe masa oscura, allá afuera. Yo venía sobre la ventanilla derecha -la del acompañante- observando el camino. Seguía las líneas blancas o las amarillas que aparecían intermitentemente.
     Como una bola de fuego; como un destello que no acaba, irrumpió algo en el cielo. Apareció ahí, a mi derecha, en lo alto, no sé como tan repentinamente, tan de improviso.
    -¡Coco!, ¡Coco! -Atiné a gritar- Mira eso... ¡Por Dios! ¡Mira eso, mira eso!
    -Lo veo, lo veo -fue su respuesta primera. Luego gritó con fuerza: ¿Qué carajo es eso?... Tomó el radio y chilló: “Atento viejo, atento viejo...
    -Aquí el viejo, aquí el viejo. ¿Vieron eso?... -preguntó la ronca voz.
    -Positivo. Positivo.
    Antes del puente, Cocodrilo prendió todas sus luces y avisó que nos detendríamos en ese lugar. Instó a hacer lo mismo a los otros -nuevamente con el tono de mando, pero amable que la vez anterior en el bar. Ninguno dudó un instante. Así nos detuvimos, antes de ingresar al primer puente. Bajamos casi corriendo. Coco fue el primero en hablar.
     -¡Vieron eso che!. ¿Qué puta era eso? –gritó.
     -Era una inmensa bola de luz que cayó al agua –atinó a vociferar Baltasar.
     -Vi lo mismo –continuó el viejo.
     -Creo que debemos meternos al agua y ver –sugerí muy tímidamente, asombrado de mis propias palabras.
     -No -dijo Coco-, vayamos sobre el puente primero y tratemos de ver algo desde ahí.
    Todos estuvimos de acuerdo. Nuestros corazones –y digo nuestros porque dudo que hubiese respuesta diferente- estaban latiendo con mucha fuerza y frecuencia acelerada. La descarga de adrenalina estaba produciendo sus efectos, lo noté cuando ayudé al viejo a subir hacia el puente, sus manos estaban sudorosas y frías. Tanto él como yo, teníamos las manos húmedas.
    Algo había de extraño en el ambiente. No sabíamos qué.
    No vimos mucho, tan sólo una zona de donde partía cierta luminiscencia, pero era confuso lo que se veía sobre la superficie del lago. Había algo, a unos 30 metros de la orilla. Todos creímos, ahora sí, tal vez movidos por la natural curiosidad humana -y no por la prudencia racional que creemos nos caracteriza- que era bueno adentrarse y averiguar de qué se trataba todo eso.
     Nos metimos al agua. Uno a uno, dejamos la orilla en busca de aquello que dejaba escapar la luz.
   Los camiones quedaron estacionados sobre el asfalto, emitiendo sus titilantes luces de detención.        
    Nosotros ingresamos -con los zapatos puestos-, pisamos el barro, cuidando al que iba adelante, hablando sólo lo necesario.
    No sé decir que tiempo anduvimos en el agua, minutos sí, no sé cuantos. Rodeamos aquella cosa luminosa. Era algo no muy definido.
    -¡Aquí está! -dijo Coco, que llevaba la delantera.
     Lo rodeamos, pues no era algo muy grande. Estábamos con el agua por el pecho, y nuestra estatura era en promedio el metro setenta.
    Notamos que tenía un aspecto triangular, luminoso, transparente. No sé por qué, pero no sentimos temor, sí, mucha curiosidad.
    Un silencio espectral nos envolvió. No nos habíamos dado cuenta de ello sino hasta ese momento. Eso era lo raro que habíamos percibido hasta el momento y no pudimos explicar aún. La luminosidad iba in crecendo, poco a poco, pasaban los segundos. Una forma humana surgió de aquella luminosidad. Dentro de aquella forma triangular –lo que llamaremos nave, por el hecho de haberlo visto aparecer del espacio y por contener algo dentro, un ser vivo.
    -Hay algo humano ahí dentro –dijo Baltasar.
    -Cierto –continuó el viejo.
    Coco siguió como hipnotizado en el transcurso de los siguientes minutos.
   Esa forma que contenía algo o alguien dentro, continuaba iluminándose, cada vez más y más. Ciertamente, dentro, había un ser vivo, con aspecto humano. Conforme aumentaba la luminosidad su aspecto se nos hacía más familiar. Los límites no eran muy marcados, pero evidentemente, definitivamente, aunque de modo suave, el ser vivo tenía aspecto de un feto humano. Cabeza grande, transparente, con “vasos sanguíneos”-pues eso parecía.
   Su porción más abultada era, sin lugar a dudas, lo que parecía la cabeza. En un momento se tornó más luminosa esa parte y pudimos notar como una corriente que partía de allí hacia el resto del cuerpo.
    La nave era también de límites imprecisos, pero de aspecto claramente triangular y orgánico. Podría decirse que tenía aspecto celular, como cierto tipo de células nerviosas.
   Si hasta ese momento estábamos sorprendidos, más lo estuvimos cuando aquello que era el ser hizo algo así como abrir los ojos, y, de algún modo estableció, con nosotros, una comunicación.
   Notamos, sentimos, asimilamos una paz que nos recorrió todo nuestro ser, digámoslo: en cuerpo y alma.
    Seguidamente, lo que llamamos nave -luego al comentar el hecho ante las autoridades-, se movió lentamente. Ante nuestros ojos incrédulos, mutó de forma. Varió de su aspecto triangular a otro ovoide, y la luminosidad disminuyó. También se fue perdiendo la transparencia, virando a un aspecto más denso y más oscuro.
    El color brillante, luminoso tornose como antes, rosado o rojizo, como al principio. Nos apartamos levemente del objeto -del ser- y comenzó su marcha en sentido horizontal. Fue perdiéndose paulatinamente en las aguas, en la oscuridad confusa de la noche hasta el punto en que desapareció.
    No habiendo más por hacer, salimos del agua en silencio, al punto de sentir tan sólo nuestras respiraciones. También en silencio, con una sensación de profunda nostalgia, subimos a los camiones.   Allí caímos en la cuenta de que habíamos estado con los zapatos puestos dentro del agua.

III

     Cruzamos los puentes y continuamos en silencio por unos kilómetros. Luego el viejo en la radio dijo:-Atenti señores, atenti señores.
     -Aquí Coco, te escucho viejo –dijo el patrón.
    -Están bien, repito, están ustedes bien.
    -Positivo, positivo.
   Así, volvimos a establecer comunicación de camión a camión. En realidad, se dio una comunicación donde cada uno intervino, no sólo los conductores, sino los acompañantes también. Rompimos el silencio inicial y dejamos escapar mil palabras, otras mil emociones y un sin fin de sensaciones más, todas increíbles.
    A la hora y cuarto, exactamente, de ponernos en marcha nuevamente, avistamos un destacamento policial de caminos. Por lo que nos detuvimos. Bajamos de las cabinas, y fuimos a informar lo que habíamos presenciado al jefe de la estación.
    Los camiones quedaron con sus titilantes luces, nuevamente, a un costado del camino. Nosotros, por otra parte, minutos después de prestar declaración fuimos detenidos, bajo cargo de: “estar ebrios, manejar en estado alcoholizado y padecer cierto estado de alucinación colectiva”.

IV

     Nos dejaron incomunicados. Fuimos encerrados en calabozos separados. Así el oficial a cargo ordenó: “encierren a estos borrachos, en calabozos separados, hasta mañana.” Por otra parte, y dirigiéndose a nosotros espetó: “Señores, compórtense con algo de cordura. Afronten el hecho de que están conduciendo bajo efectos del alcohol, lo cual es perjudicial para ustedes y para los demás conductores que encuentren en el camino. Ya habrán visto el accidente de la tardecita, seguramente. Refrésquense y mañana continuarán. Sus vehículos estarán bien custodiados mientras tanto. Despreocúpense.”
     Eran las 12 de la noche, aproximadamente. Las luces se apagaron y todo quedó en silencio. Sólo un tímido murmullo flotaba en la comisaría.
    Como estábamos en celdas separadas no pudimos mantener ninguna clase de comunicación de ahí en más. No hubo gritos, no hubo discusión alguna, y mucho menos miradas; aunque intentamos, creo, escudriñar en la quietud para saber sobre los otros.

V Coco

    Coco estaba en el primer recinto. Una leve luz ingresaba por una alta ventanilla. Pero no daba al exterior, sino a otra sección de la comisaría. La oscuridad lo invitó a meditar, a pensar como única alternativa, ante el hecho cierto de estar recluido, y ante su habitual postura de responsable de otros y de sí mismo. Además, era el primer intento, en frío, de rever lo ocurrido aquella noche, en el agua.
    Poco se había hablado en realidad. Sólo las primeras impresiones, pero no se habían detenido a pensar y analizar las múltiples posibilidades de explicación.
    Fuimos testigos – caviló - de algo increíble. Cómo esperar que alguien nos crea. Es algo que si uno no lo ve, no lo cree. Estoy seguro que yo hubiese actuado igual que el oficial ante cuatro tipos que dicen haber visto semejantes cosas, siendo que presentan aliento alcohólico y traen sus zapatos embarrados. Pero –continuó meditando- alguien tuvo que haber visto la bola de luz, esa cosa parecía grande cuando la vimos al principio, al menos era muy intensa la luz en un momento. Aunque cierto es que el tamaño no era grande, cuando lo tuvimos cerca de nosotros. Era una especie de cascarón, dentro del cual había alguien como una persona, pero de hecho, transparente. ¡Quién creerá esto!
    “Sentí una paz inmensa al ver lo que era aquello –decía ahora en voz alta Coco. Es raro no haber sentido pánico. Tal vez estábamos envalentados por las cañas. Pero si bebimos, apenas un par de copitas. Lo de costumbre. Creo que tampoco era algo para asustarse, mas sí para admirar, para estar sorprendidos.
    He leído sobre estas cuestiones. Sí, pero nunca oí o leí semejante caso. Era algo de apariencia frágil. Ahora que me acuerdo –se dijo- sí vi algo parecido. Aquella película de Spielberg. Los extraterrestres que estaban en el fondo del mar. Sí era de ese aspecto. Pero no puede ser... Quizás alguien más los vio antes y el genio de Spielberg lo llevó a la pantalla. Todo puede ser. Pero nosotros lo vimos. Estoy seguro de eso; como que estoy aquí sentado contra una pared de un calabozo a un lado de un camino. No estoy delirando... pero cómo comprobarlo.
    Esa mirada del humanoide, pues cómo llamaré a ese ser transparente. Fue, además, una comunicación sin ningún tipo de palabras, de sonido. Sólo la mirada. No sé cuánto duró; quizás segundos, pero transmitió –al menos para mí- una cosa así como un estado de equilibrio interno, de paz, tranquilidad, como que tenía todo bajo control. En verdad, nosotros no atinamos a hacer nada, ni tomarlo, ni destruirlo, ni alejarnos; sólo contemplamos y fuimos alcanzados, por ese ser, y de un modo aún incomprensible.
    Creo que Baltasar titubeó un poco al alejarse la esfera, pero al fin no hizo nada. No sé que sintió, pero titubeó antes de correrse y dejarle el camino abierto.
    Nuestros rostros estaban iluminados por aquella fosforescencia, y entonces, ahora lo recuerdo, nuestros ojos permanecían sumamente abiertos, no vi pestañear a nadie. Tampoco –claro- observé mucho a los demás. Aquello que estaba entre nosotros suscitaba toda mi atención. Creo que el que más expresó fue el muchacho que levantamos en la salida del pueblo de Trinidad. Su rostro, apenas lo percibí, tenía una leve expresión de alegría, de satisfacción. Como quien ve su sueño hecho realidad.   Pero no quiero conjeturar más al respecto, puedo equivocarme. Tal vez era esa sonrisa provocada por la parálisis. No sé, no sé.
   Recuerdo que cuando él avistó aquello que venía cayendo y me lo señaló, no presté mucha atención. Pero también yo lo vi, y ahí sí, desde ese momento, puse todos mis sentidos al servicio de la observación de aquél fenómeno. No podía creer lo que comenzamos a observar. Cómo estará el viejo...”

VI El viejo

    -¡Qué oscuridad fantasmal! ¡Qué locura! Estar encerrados por relatar un acontecimiento totalmente importante... pero increíble. Hijos de perra. Me lo van a pagar bien caro, estos malditos policías. Soy muy tranquilo, estoy algo viejo; pero cuando me hacen estas pelotudeces no me contengo. ¡No señor!
Por ver una bola de fuego... y aquello que era como un ser humano pero en chiquito. Bueno, tal ves estos sepan algo del asunto y querrán que nos quedemos calladitos la boca. Como suele pasar. Hay cosas que suceden... pero nadie debe decir nada, por la famosa seguridad y bienestar general... o el beneficio de unos pocos.
    Hubiéramos cerrao la boca y ya. No andar contando todo como unos pendejos. ¡Esto es increíble!  ¡Pero qué joder! No olvidaré, mientras viva, la cara de Baltasar cuando vimos aquella cosa brillante que caía del cielo. Casi, casi clavó los frenos. Menos mal que el negro es conductor de años y el Coco por la radio nos pidió que nos detengamos. Fue todo uno.
    Lo pienso ahora y creo que ni cuenta nos dimos del agua hirviendo del mate. Chupamos dos sorbos cada uno -eso quemaba- antes de bajar. Nos quemamos hasta el apellido y ni cuenta nos dimos. Aquello era impresionante.
    Inesperadamente surgió, de la nada, aquella bola de fuego. Venía como pedrada y de repente, disminuyó la velocidad, tal vez no tanto, pero lo hizo. Y se clavó en el agua después. ¡Qué brillo espectacular!
    Era claro que no era un helicóptero o un avión, pues no parecía grande, además traía gran velocidad. Creo que ni el negro ni yo hablamos mucho. Sólo respondimos al radio cuando Coco llamó...y nos detuvimos tras él.
    Desde el principio entendí que nunca había visto cosa igual. Fuimos tras Coco y hablamos los cuatro.
    Al final nos metimos al agua y vimos aquello de cerca. Nunca había visto cosa tan rara y familiar también. Como una luz saliendo del agua. Bajo el agua había algo que brillaba, y no era fuego. Era una luz como de un foco, pero que no enfoca a ninguna parte, sino a todas partes. No parecía algo metálico, sino blando, como de plástico y transparente.
    Lo más sorprendente fue... ese cuerpo con cara de niño, de bebé...Un ser transparente, como el resto. Al tipo se le veían unas luces que le corrían por el cuerpo, como esas mangueritas con luces como de navidad adentro, esos que se usan en los frentes de los bailongos, o de la cantina. La sabiola del loco era grande, eso me pareció. También los ojos. Además le brillaba el mate, le corría como una sustancia brillosa desde la sabiola y por la columna hasta las patas. Bueno, lo que sería su columna porque como explicar lo que era, tan parecido y al mismo tiempo, diferente. En definitiva era como un bebé no nacido, esos que a veces muestran en las revistas. Me entendes... ¡Pero la mierda... qué pasa! Estoy hablando solo, me estoy volviendo loco. Está oscuro y no paro de hablar...
    -¡Hola!..Hay alguien que me escuche. Coco, Coco...

VII Comisario y ayudantes

    -Estos tipos están medios locos. ¿Usted qué piensa cabo?
    -Es como dice, señor. ¡Están chiflados!
   -Haber. Llame al sargento. Diga que lo mando llamar por este asunto de los cuatro hombres que acaban de ingresar. Que se presente rápido.
   -Sí, señor.
   Este asunto es raro. La coincidencia de los relatos y las caras de sorpresa de los cuatro son significativas. Algo de cierto debe haber. ¿Pero qué? Porque para venir a una comisaría, de noche, hay que o estar loco o muy borracho, o...
   Aunque tengan aliento alcohólico, no parecen estar borrachos. Pero ese relato tan fantástico, es extraño. Lo otro es… que me quieran tomar el reverendo pelo, estos hijos de...
  -¡Ah, sargento! Pase, pase. ¿Qué me dice de estos tipos?
  -Los camioneros son de hacer bromas. Pero no de esta clase. Además deben cumplir ciertos horarios. Uno de ellos es el dueño de los camiones.
   -Haber... tráigalo de nuevo para mi oficina. Venga usted también y lo interrogaremos nuevamente. Me encargaré personalmente de este caso.
  -Señor.
  -Sí cabo.
  -Un hombre de unos cuarenta años acompañado de su mujer, dicen que viajaban por la zona hace un rato atrás y vieron algo luminoso en el cielo, que se precipitó al agua. Esas fueron sus textuales palabras, señor.
  -Pero... ¡Qué embromar! Esto se está volviendo epidemia o nos están tomando el pelo en grupo.
  -¿Qué hago señor?
  -Bueno, que pasen y que el camionero espere en la otra salita.
  -Bien, señor.
  Después de tantos días sin nada en la vuelta, a parte de lo acostumbrado: borrachos, riñas de fin de semana... Esto se está poniendo interesante.
  -¿Quién te dice –dijo el comisario- cabo Jacinto...? La vida da tantos giros. ¿Quien te dice... un OVNI, nos lleva y... mañana, mañana... quién sabe que pase? Basta, basta de soñar. A seguir con la rutina. Que pasen.
  -El comisario dicen que pasen...
  -Bien. Bien, vamos querida.
  Tras presentarse, el comisario inició el breve interrogatorio a los recién llegados.
  -Así que ustedes dicen haber visto algo en la atmósfera de aspecto extraño, esta noche. Podrían precisar el lugar y la hora, en que circunstancias ocurrió.
  -Sí, claro. Ocurrió hace unas pocas horas. El recuerdo es vívido.
  -Bien.
  -Bueno, nosotros íbamos... a casa de la madre de mi esposa y pensábamos llegar como a las 10 de la noche. Por lo tanto íbamos controlando la hora, y así sé que fue a esos de las 21, 30 horas, poco más o menos.
  -Cuando viajamos de noche, soy yo quien controla los carteles indicadores. Y a esa altura estábamos a pocos kilómetros del puente que cruza la zona de los lagos.
  -Sí, ella comentó que tuviera precaución, que pronto estaríamos sobre los puentes.
  -Fue entonces cuando vimos aquella luz, aquella bola de luz. Como si fuera una luz de bengala; pero con mayor intensidad y con un movimiento oblicuo a la superficie.
  -Sí, avanzaba hacia la tierra, y no lo habíamos visto ascender. Además parecía cercano.
  -Después, ¿qué pasó?
  -Bueno, nos miramos sorprendidos y continuamos marchando a menor velocidad. No era que viajáramos rápido, pero aminoramos la velocidad.
  No venía nadie tras nosotros, así que continuamos despacio. Intentamos hallar, si era posible, el origen de aquella misteriosa luz.
  -¿Misteriosa?-interrumpió el comisario.
  -Sí, misteriosa. Quisiera agregar que notamos un cambio de dirección, de rumbo de la luz. Pues, un cuerpo con cierto peso, como podría tener aquél objeto, a juzgar por el tamaño apreciable, tendría una caída diferente. Lo sé, porque soy Licenciada en Física. He estudiado el fenómeno de caída de los cuerpos, sus modificaciones según distintas influencias, consistencia y acción del viento donde se desarrolla la caída.
  -Interesante, señora. Pero limitémonos a los hechos. Pues he serle sincero. Tengo a cuatro hombres bajo custodia por mencionar hechos similares a los que ustedes relatan. Sus historias son coincidentes.  Pero lo que ellos cuentan, es mucho más fantástico aún, de lo que podríamos imaginar.
  -Bueno nosotros vimos a esos dos camiones que están allí afuera, estacionados en el extremo sur de los puentes. Pero no vimos a nadie en sus alrededores. Pero sí en el agua. Entonces, nos convencimos que tal vez era sí, una luz de bengala.
  -Así que, decidimos continuar y dar por terminada nuestra preocupación.
  -Entonces, qué los indujo a venir a esta comisaría.
  -Pues un hecho extraño de similares características algunos kilómetros más adelante.
  -Sí, una luz que ascendía, lentamente, con dirección norte-sur, luego tomaba rumbo al sur-oeste definitivamente; pero ya no ascendía, sino que iba en paralelo a la superficie del lago y con velocidad descomunal. Luego ascendió.
  -Entiendo... es comprensible que hayan venido a dar aviso. ¡Dios mío... qué noche!

VII Epílogo

   -¡Comisario!...¡Comisario!...venga rápido.
  -¿Qué pasa cabo...?
  -¡Observe usted mismo, señor!...
  -¡A la pelotita!... ¡Dios mío!... ¡Virgen santa! Protégenos... Vengan todos a ver esto. ¡Que suelten a los detenidos!
  -Dios mío. Es algo así lo que vimos comisario.
  -Sí, estoy de acuerdo. Mi esposo y yo vimos esto.
  -¿Dónde están los camioneros? ¡Que vengan!
  -Aquí están, señor.
  -Ustedes no nos creyeron... Pero allí está. Eso fue lo que vimos. Dentro hay un ser parecido a un hombre, más parecido a un feto, pero transparente y luminoso. Aunque desde aquí no apreciamos nada de eso.
  -¡Santo Dios! Señores, disculpen por haber dudado de sus palabras. Pero esto es increíble, si no lo veo no lo creo.
  -Está quieto. ¡Qué hará ahora! -preguntó el comisario.
  -No lo sé -respondió Coco, entendiendo que la pregunta iba dirigida a ellos.
  -Ahora recuerdo cuando lo viste por primera vez, muchacho –dijo el viejo y mirando al muchacho que lo acompañaba. Tu rostro era un poema, como debe ser el nuestro en estos momentos.
  -Es como si estuviera apagando sus luces... -comentó Jacinto.
  El viejo, Baltasar, el resto del personal, que estaban agolpados todos mirando atónitos esa imagen increíble, flotando, en suspenso... pudieron también ver, al humanoide que lentamente levantaba su mano y abría los ojos. Igual que la primera vez, con esa paz que tiene aquél que posee el dominio total de la situación pero; al que no le preocupa reacción alguna de quien lo observa. Abrió los ojos y posó su pacífica mirada, inteligente, llena de expresión, sobre cada uno de nosotros. Estableciendo, de modo indecible, algún tipo de comunicación.
Pedro Buda 1995

*Puede escuchar el trailer sonoro del cuento haciendo clik --> Comunicaciones 
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