jueves, 22 de septiembre de 2016

Criados... En la Tierra Roja

Imagen de la portada del libro: Criados... en la Tierra Roja


Estimados acompañantes de esta aventura que llevo adelante con la escritura les dejo enlace para comprar o descargar gratis en archivo .pdf mi último libro Criados... en la Tierra Roja. 

Criados... En la Tierra Roja - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 

En este libro de cuentos encontrarán textos que, desde la ficción, buscan que nos detengamos en el tema del criadazgo.    Por ejemplo, en el cuento “Eusebio se fue” un hombre se encuentra en la calle con dos niños. Uno de ellos llora desconsoladamente y el otro le cuenta al hombre la causa. Días después sueña con el niño que lloraba;  éste, en el sueño, le dice "adiós". En Sy, sy, sy: Mariana es una criadita, una niña cuyos padres la pusieron a cargo de otros adultos, con mayores posibilidades económicas, quienes prometieron enviarla a la escuela y brindarle sostén necesario. Una siesta calurosa, asustada, trepa a un árbol y desconsolada llama a su madre, ante la insistencia del patrón de que suba a su falda.
Los otros cuentos son La Dueña es la criadita, Marito Pirú, Victoria, Don Estanislao, El libro del abuelo Jesús y La mujer del pañuelo verde. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

La mujer del pañuelo verde


Esto que compartiré es lo que la memoria me permite recordar de lo ocurrido en mi vida, desde aquella madrugada en que mi madre me subió a las ancas de su caballo y nos pusimos en marcha a la casa de un pariente. Uno que estaba al sur del río rojo sangre, y aún más allá de otro río. El que supe después llaman Pirané.
Aquella madrugada yo estaba pronto. Mi madre, dos días antes, me contó que haríamos un viaje; pero me aclaró: “De esto no le digas a nadie che ra’y1” No recuerdo que me haya explicado nada más; pero sus palabras me quedaron grabadas, máxime porque pocas cosas más me dijo… o comentó durante el viaje o después. Ello debido a que después de dejarme en casa del tío Dionisio, al regresar a nuestra casa, una bala de la guerra civil la alcanzó, a pocos kilómetros de nuestro rancho.
Mi padre sabía que mi madre y yo haríamos el viaje, sabía por qué y para qué lo haríamos; pero le pidió a ella que no le dijera el destino, por mi propia seguridad. Él fue apresado, y liberado pocos días después, tras el fin de la guerra. Supo de mi madre cuando nuestro caballo llegó solo a la casa. Así que con cautela recorrió el camino al sur de la casa. Unos lugareños al verlos, a él y al caballo, reconocieron al animal.
“A este animal lo montaba una bella mujer blanca, de larga cabellera negra, hace un par de días” –le dijo una lugareña a mi padre. Mientras cabalgaba fue alcanzada por el fuego de un grupo de vecinos armados que, al verla con el pañuelo verde al cuello, le dispararon y la hirieron de muerte. El caballo dio varias vueltas en derredor del cuerpo caído y luego se perdió de vista. El cuerpo de la mujer -el de mi madre- fue enterrado debajo de un árbol. Ellos le mostraron el sitio a mi padre. Sin embargo, eso lo sé porque un vecino de mi padre me lo contó hace pocos años, cuando cumplí los sesenta y seis años. Es decir, sesenta años después de llegar a estas tierras en las ancas de aquél caballo y con mi madre conduciendo por entre medio de esos campos
Recuerdo que durante el viaje hicimos varias paradas, en los tres días que duró. En general andábamos de tardecita o en la madrugada, al menos los dos primeros días. El tercero viajamos todo el tiempo, incluso en horas de la calurosa siesta. Llevábamos lo puesto y nada más. Por momentos mi madre lloraba y poco más. No decía palabra. Es claro hoy que ella intuía que no nos volveríamos a ver. Su intuición la llevó a salvar mi vida, pero volvía junto a mi padre para enfrentar juntos esos tiempos difíciles. No pudo llegar pero cumplió con su objetivo. Es decir, me salvó del conflicto armado y sobreviví a la guerra.
Cuando pienso en ella se me ocurre que sería interesante saber dónde fue sepultada. Reconocer aquél árbol, al lado de cuyas raíces fue depositado su cuerpo inerte. Pero bueno, quizás no importe tanto eso como saber, sí, que hubo unas personas que se ocuparon de darle cristiana sepultura. Y la historia de esos últimos momentos me llegó por boca de vecinos de mi padre –quien prosiguió su vida. Volvió a casarse, unos años después de la guerra.

Crecí como un criadito en casa del tío Dionisio. Allí con el tiempo tuve como compañeros de juego y de vida a otros cómo yo. Niños que fuimos dejados a cargo de este tío que tenía un buen trabajo, pero que también exigía de nuestra parte ayuda. Así nos puso a trabajar a todos cuántos vivíamos con él y la tía. Éramos cinco los que fuimos a ayudar a casa de vecinos y, como contrapartida, le dábamos dinero al tío. Él, cada sábado, nos entregaba una parte. Así, desde los doce años, fui al cine y a los encuentros de boxeo, junto con un primo mayor.
Aquellas noches de boxeo eran particularmente interesantes para mí; pues cuánto hubiera dado por tener la edad, la habilidad y la oportunidad de salvar la vida de aquella mujer con el pañuelo verde al cuello que hizo un peregrinaje de tres días a caballo para salvar mi vida.
Pedro Buda
2016
Walter H. Rotela
               
Voces guaraníes usadas
che ra’y1: Mi hijo




La mujer del pañuelo verde - 
CC by - 
Walter Hugo Rotela González 

 *Este cuento integra la serie de relatos de ficción que conforman el libro Criados... en la Tierra Roja 
Visita la pagina del autor en Bubok Argentina.


viernes, 16 de septiembre de 2016

Victoria




Victoria mira el puerto desde la ventana de su cocina. El sol sube rápido por el éste cada mañana. Y ella disfruta ese instante. Después de ver la salida del sol toma el mate de la mañana. Se apronta y sale a buscar algún libro en las tiendas de libros usados. Canjea los que ya leyó, aunque suele guardar algunos, cual reliquia. Es su pasatiempo predilecto.
Un mañana de mayo, después de la salida del sol, se quedó con la mirada perdida. En la radio sintonizada en AM pasaban una noticia del día anterior. Una niña había muerto a manos del adulto a cuyo cargo estaba. Inmediatamente recordó, a sus setenta años, situaciones vividas en su niñez. Palizas, corridas. Recuerdos que consideraba enterrados en lo profundo de la rojiza tierra.
Victoria vive sola. Nunca quiso casarse o tener hijos. Se había jurado eso  ̶ y lo cumplió   ̶  de no traer niños al mundo. Era la séptima hija de un total de catorce hermanos. Su niñez la había pasado como criada en una y otra casa, como la mayoría de sus hermanas. Desde muy chica tuvo un carácter fuerte. Era muy rebelde y no se quedaba callada ante nadie. Para bien o para mal.
La mañana en cuestión, tras la rutina de ver salir el sol se dio un baño y salió como de costumbre, pero no visitó ninguna tienda de libros, no recorrió el micro-centro, no subió a ningún colectivo, sólo caminó. Y sus pasos la llevaron a la entrada de un templo, una pequeña capilla a donde concurría a oír misa, los primeros años tras su llegada a la ciudad capital. Pero hacía muchos años que no pisaba el interior del lugar. Esa mañana encontró abierto el templo e ingresó. Se persignó y vio que un sacerdote estaba cerca del confesionario. Se acercó y le dijo: "Necesito contarle".
̶ Bien, bien... Lo que quieras decir.  Pero sentémonos en un banco.
̶ Sí, sí. Estoy cansada. Gracias.
Lo que Victoria tenía para decir le llevó una hora, que le pareció corta al sacerdote. Ella parecía muy cansada al principio, sin embargo, el hombre de canas intuyó que ella necesitaba decir más, pero quizás en otra ocasión. Era mucho para un solo día.
La mañana estaba hermosa, el sol se colaba por entre las hojas, el bullicio de la ciudad iba creciendo; pero dentro de la capilla reinaba la calma. Sólo un murmullo era audible, donde ellos se encontraban. A un costado, hacia el frente, una mujeres rezaban el rosario, tenían un ritmo, un punto de inicio y otro de cierre, siempre el mismo, casi como el lub dub del corazón.
El sacerdote la miró y casi susurrando le mencionó que la recordaba, pero que hacía años no venía, como solía hacerlo los domingos.
̶ Sí, dejé de venir... dejé de venir pero sigo creyendo... Sabe el sol.... El sol me da esperanzas  ̶ se animó a comentar.
̶ Cada día es un regalo del señor... Y tú eres una mujer fuerte, luchadora  ̶ Expresó él mirando hacia ella y hacia una entrada de luz que provenía de lo alto de una pared.
̶ Creo padre, que al contarle esto que tenía aquí guardado... Al contarle me saqué... Me saqué un gran peso.
̶ Haz cargado demasiados años con este lastre y ya es hora... Es hora de dejarlo atrás. Tu nombre hace honor a esto que es tu vida: una victoria. Vive, vive y sé feliz. El sufrimiento no te doblegó, pero cargaste por demás con ese equipaje.
No dejes de visitar nuestra capilla, otras personas podrían aprender mucho de tus caminos en esta tierra color sangre.
̶ Lo haré. Seguramente mis pasos volverán a traerme, como lo hicieron hoy, después de tantos años.
Pedro Buda
Walter H. Rotela G.
2016 
*Este texto forma parte del libro de cuentos Criados... En la Tierra Roja 
Visita la página del autor en bubok 

jueves, 1 de septiembre de 2016

Dos o más palabras... sobre los seres del bosque

Los seres del bosque

Los seres del bosque están en la imaginación, son reales porque habitan en tu mente, en tus sentidos, en tu vida de escritor, en ese mundo que ves al soñar, al escribir, al pensar estas o aquellas líneas que van surgiendo y dejando huellas. 
  Gracias a esta necesidad de escribir, de dejar impresiones, de observar, de ingresar a los mundos de los seres que nos rodean, van surgiendo estas historias, estos proyectos que dicen tanto de la realidad como los informativos, sólo que con otros códigos, con estilos diferentes. 
  Cada escritor nos cuenta sobre ese mundo, algunos con más facilidad que otros desnudan el alma humana, descubren sus paisajes urbanos o de los campos, pero cada uno nos transmite algo de aquello que les rodea, permitiéndonos conocer más este vasto mundo que habitamos y compartimos. 
  Hoy leyendo a un escritor uruguayo disfruté de un mundo que apenas percibo, en ese campo que, algunas veces, visito y tras compartir con sus pobladores un rato de charla, aflora en parte su belleza, su vida, tan distinta a la urbana vida de Montevideo. 
  Esta entrada es simplemente para agradecer a los escritores que nos regalan sus visiones, sus observaciones, su mundo interior para nuestro deleite. Aprendo, cada día, sobre este oficio que me regala o me da, no dinero, pero sí mucho más de lo que creí podría darme. 
  Los seres del bosque, ese que conforman las dendritas, son tan reales como los que la imagen arriba compartida nos ilustra. Existen, están y andan, según nuestra imaginación los guíe. Allí estriba, según lo dijo un reconocido escritor argentino, la diferencia entre el loco y el escritor. Una fina puerta separa a uno del otro, al loco del escritor. Uno puede detener o mover al personaje, el otro no.   Aunque hay quienes afirman que una vez puesta en letras la vida del personaje, adquiere voluntad propia. De eso... nada sé. Pero ciertos personajes, creados por algunos escritores, tienen su lugar en el mundo, y lograron mayor reconocimiento que sus creadores literarios. Ejemplos hay muchos y no vale la pena que yo los nombre. Cada uno conoce algún personaje popular o reconocido. 
  Dejo por aquí estas huellas... Es mi reencuetro con aquellos amables cibernautas, receptores, seguidores que están aquí o más allá de la vuelta de la esquina de esta red de redes. 
Pedro Buda
Septiembre 2016

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