Recuerdo, perfectamente, cómo llamó mi atención una
portera que vi, una mañana que recorría un camino en mal estado. Era una ruta
provincial que, por cierto, necesitaba ser reparada. De hecho, unos 150
kilómetros al norte de la zona, estaban repavimentando, a un ritmo muy lento.
Aquella vista
fue impactante, por ello disminuí la velocidad y regresé sobre lo andado, hasta
parar a pocos metros de la entrada. Al costado del camino corre, en paralelo,
la vía del tren. En un sector se eleva siguiendo la roca oscura y, debajo, se
forma una suerte de cueva, que no es tal. No lo es porque, si bien hay una
entrada, del otro lado se ve un extenso campo. Es más bien como un túnel corto.
Saqué mi máquina
de fotos y registré aquella entrada. Como estaba en una curva, no quise
detenerme demasiado tiempo, pues bien podría venir un camión y no tendría
espacio y tiempo para evadirme. Estaba en parte sobre la calzada pues la
banquina era escasa y se continuaba con un barranco poco profundo. De la ruta
salía un sendero hacia esa entrada, pero parecía muy poco usado. La portera
tenía una larga cadena y un oxidado candado muy antiguo.
Continué la
marcha y conversé largo rato con mi acompañante en esa instancia sobre a dónde
conduciría dicha entrada. Era un lugar inapropiado para tener un acceso a un
campo, pues un camión no podría entrar, la visibilidad es mala desde el camino,
por lo sinuoso de la zona.
Un tiempo
después volví a pasar por el lugar y busqué, denodadamente, aquella entrada,
aquél puente. Lo más parecido era una franja elevada por donde cruzaba la vía
del ferrocarril, pero no había un túnel o entrada debajo. Las fotos no pude
revelarlas sino hasta que pasó medio año casi, cuando lo hice. Cuando al fin
tuve ante mí las fotos no era lo que yo había visto, o lo que recordaba. Me
sentí muy frustrado ante aquella evidencia.
Por razones
laborales, un par de años después, tuve que pasar por el mismo lugar. Me
dirigía hacia unos campos al norte de aquella región y el camino seguía en
construcción, aunque el tiempo transcurrido era importante. Supuse que la obra
vial de la región atravesaba las mismas condiciones que otras del país.
Andaba muy
atento y estaba acompañado por una persona que encontré haciendo dedo en una
rotonda, en la entrada a un pueblo. Se dirigía, como yo, hacia el norte del
país, por lo que le ofrecí llevarlo. Había perdido el ómnibus por media hora y
no quería quedar varado en esa zona. Él era un arquitecto que en sus ratos
libres gustaba adquirir conocimientos sobre fenómenos extraños, entre los que
incluía el avistamiento de ovnis. La conversación fue derivando hacia esos
temas, pues el hombre era un apasionado, con amplio conocimiento, a juzgar por
su atinada plática, llena de datos concretos, referencias accesibles y precisión
de la información. Lo sé porque en mi profesión –soy ingeniero- la precisión es
indispensable. De hecho iba hacia el norte para ver un proyecto vinculado al
aprovechamiento del agua en una zona donde eso es vital.
Estaba
anocheciendo y el sol se perdía por el oeste muy rápidamente. La noche tomó por
completo la ruta y la visibilidad era escasa, aunque se veían las estrellas en
ciertas zonas. Nubes gruesas se extendían por doquier.
De repente vi la
entrada. La curva estaba cerca, como aquella vez y tuve que andar un tramo para
dar vuelta y acercarme por el otro lado de la ruta.
Recorrimos un
buen tramo y no vimos nada. Seguimos unos 5 o 10 kilómetros y dimos la vuelta
nuevamente. Y en un punto vimos la entrada. Un campo estrellado, totalmente
luminoso se abría detrás de una abertura a un costado del camino. La curva,
apenas estaba señalada por unas bandas que brillaban con las luces del coche.
Me obstiné y paré, en seco, el auto. Desde esa posición se veía la entrada.
Tomé la cámara y nos acercamos. Registré un buen número de fotos, ajusté la
velocidad y la sensibilidad y disparé un número considerable de veces.
Avanzamos a pié en la dirección que íbamos y fuimos perdiendo de vista la
entrada. Al regresar sobre nuestros pasos volvíamos a ver la entrada.
̶ ¡No lo
entiendo, no lo entiendo! –dije casi gritando.
̶ De esto es que
te hablaba algunos kilómetros atrás –comentó, calmadamente, mi interlocutor.
Muchas cosas, como ésta, no son fáciles de ver, menos de aceptar. Pero existen.
Pedro
Buda
Walter Hugo Rotela González